La tradición de la eponimia
Los epónimos médicos son un arma de doble filo en la medicina. Pueden facilitar la comunicación y mantienen el legado de médicos y científicos famosos, pero su poca precisión y variabilidad geográfica son unos de sus mayores inconvenientes.
Mario Muchacho
2/29/20242 min leer
La eponimia es una práctica arraigada en la cultura desde la antigüedad. Algunos de los epónimos más antiguos se remontan al primer y segundo milenio antes de Cristo, mientras que la mayoría de los que usamos en la actualidad surgieron durante la revolución científica entre los siglos XVI y XVII.
Muchos de estos epónimos han pasado se han integrado al lenguaje cotidiano, como “agosto”, “daltonismo” o “pasteurización”, y otros han quedado relegados a lenguajes técnicos o de especialidad. Si bien la eponimia tiene buena acogida en algunos campos, como la geografía, la física o la matemática, su uso en el lenguaje médico es motivo de controversia.
Quienes defienden su uso argumentan que son más fácil de recordar y representan una economía lingüística en la comunicación. Ciertamente, la tradición ha consagrado el uso de muchos epónimos médicos (p. ej.: aparato de Golgi, trompas de Falopio, etc.), pero algunos países prefieren elegir términos que describan las enfermedades o estructuras anatómicas a las que hacen referencia.
La presencia de epónimos en el ámbito odontológico es casi abrumadora. La mayoría son usados para darle nombre a instrumentos, dispositivos y técnicas, como cureta de Gracey, plano de Fox, técnica de Cadwell-Luc, maniobra de Nelaton, entre muchos otros. Lo primero que llama la atención al leer estos términos es que ninguno ofrece información sobre su naturaleza o uso, por lo que muchos no entenderían de lo que se habla.
Por otro lado, la terminología anatómica internacional recomienda evitar los epónimos a toda costa debido a problemas como la homonimia, la sinonimia y la polisemia. Aunque en muchos casos ha surtido efecto, en otros pareciera ser una batalla perdida. Uno de estos casos es la “parálisis de Bell”, un tipo de parálisis facial idiopática descrita por Charles Bell (1774-1842).
Asimismo, el término “bola adiposa de Bichat” existe en honor a Xavier Bichat (1771-1802) para referirse a lo que en la terminología anatómica internacional se llama “cuerpo adiposo de la mejilla”. Ahora bien, aunque lo recomendado es evitar el epónimo, su extirpación quirúrgica recibe el nombre de “bichectomía”.
Resulta sumamente complejo imponer nombres descriptivos para cada epónimo presente en la medicina. Es evidente que no desaparecerán por algún tiempo y, como lingüistas, debemos estar conscientes de los retos que representan en nuestra labor.
Aparte de los problemas ya mencionados, el más importante para los traductores quizá sea que en distintos países se usan epónimos diferentes, y algunos son interpretados como conceptos diferentes. Es decir, su uso puede ser arbitrario y, a menudo, influenciado por la geografía y la cultura local.
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